domingo, 23 de febrero de 2014

Incógnitas comunes.

Te estoy esperando.
Sí, a ti.
A ese trozo de recuerdo que no existe.
A tus ojos, tu boca, tus manos.

Sigo sin saber quién eres.
De dónde sales y hasta dónde vas a llegar.

Quizás solo eres una excusa, un error que debo cometer.
Una ruina que puede llegar a asfixiarme.

Puedes ser una cuerda de guitarra mal afinada, 
o una tecla de piano demasiado desgastada y frágil.

No sé, pero aquí me tienes.
En vela, dejando que el aire me congele todos los poros de la piel,
desesperándote en el alféizar de la ventana sin saber cómo llegarás.

En forma de suspiro en la nuca, un grito desesperado o una fuerte tormenta golpeando los cristales.
Qué eres, cariño.

¿Podrías ser un beso?
Eso estaría bien.
Pero de esos que te dejan con ganas de más, con ropa de menos y las uñas afiladas.

Vuela alguna noche de éstas y susúrrame al oído qué quieres de mí.
Tranquila, que yo me dejo.
Luego, vete.
Rápido.
No dejes más huella que un simple silencio ensordecedor, de esos tan tuyos.


Y, sobretodo, no vuelvas.
Nunca.


viernes, 7 de febrero de 2014

Hay noches que solo necesito un abrazo eterno, de kilómetros de duración.
De miedo disipado, lágrimas a medias y labios empapados de 'te quiero'.
Cuando eso pasa, es cuando más sola estoy dentro del colchón.
Y ahora solo tengo ganas de arrancar toda la distancia
para que me recorras la espalda despacio
y poder dormir tranquila.


Contigo.

miércoles, 5 de febrero de 2014

Be mine, tonight.

La música hacía temblar hasta los muelles de tu colchón.
Concretamente sonaba Crush de Garbage, aunque los orgasmos del principio no se podían comparar con los tuyos.
Me acerqué, sigilosa, mientras tú buscabas cualquier motivo para arrancarme la ropa.
Apagué la luz, ya sabes que cuatro ojos cerrados ven más que dos abiertos.
En cuestión de segundos estaba arañando tu espalda sin ningún tipo de cuidado.
Tu respiración empezaba a entrecortarse y solo me hizo falta pasar la mano por tus caderas para notar el calor que emanaba entre tus piernas.
Botón fuera, cremallera bajada, camiseta casi arrancada y tu boca pidiéndome más.

-Muérdeme. Fuerte.

Y lo hiciste.

Las sábanas empezaron a bailar casi tanto como nosotras.
Mi lengua buscaba tu placer, en círculos, y tus gritos solo conseguían que no quisiera parar.
De repente noté tus dedos dentro de mí. Joder. No salgas de ahí. Muevenos.
Rápido. Más.
Tenías todo el costado lleno de medias lunas, de mis dientes.
Eras tú, en estado puro y carnal. Totalmente adictiva. Mía. 

Todo acabó como debía.
Nos recorría una humedad de pies a cabeza y la ventana me esperaba para fumar, desnuda, con la luna de testigo.



-¿Por qué siempre me miras fumar?
-Porque eres preciosa.