Sin aliento y sin azúcar.
Quizás sin ropa, quizás a oscuras.
Podemos seguir moviéndonos al compás de unas manos torpes,
o seguir el camino hasta un parque y jugar a ser pequeñas.
No sé, bebernos.
Vivirnos.
Son estos labios los que te buscan cada vez que al sol le da por esconderse
y la luna sale a brillar ante miles de ojos que la miran ansiosa.
Nadie sabe aún, cariño
que esa luna es nuestra.
Me gusta dejarme caer cada noche por las esquinas de este cuerpo,
para ver si aún encuentro un poco de olor a ti
o tus huellas dactilares clavadas en mis caderas.
Pero no hay suerte.
Sigo aquí,
esperando a que llegue el día
en que el lado izquierdo de mi cama
vuelva a ser testigo
de cómo te hago el amor con versos
y te beso cada amanecer.