jueves, 17 de octubre de 2013

Costilla rota.

Un golpe directo al pecho.
Qué está pasando.
Respira.
Lo de siempre.

Pierdo el control de mi cuerpo y empieza el juego.
Su juego.
Y yo solo soy un títere con ganas incomprensibles de dejarme llevar 
entre esos dedos que solo desean la muerte lenta de mis órganos vitales.
Pero es divertido bailar con la boca a punto de desfallecer en cualquier acera del centro de Madrid.

Quién sabe por qué me gusta tanto el riesgo que ellas me otorgan.
Quizás es solo la curiosidad de qué me harán esta vez.
Como el niño que, impaciente, se despierta a las cuatro de la noche,
 en la que sus padres le han dejado regalos al lado del sofá. 
Intenta saber qué son por el papel o la forma, pero en realidad no quiere averiguarlo.
Así, con la ansiedad en rojo sangre y las manos moradas, sin respiración.

La contradicción recorriéndome las venas, ardiente de destrucción cerebral.
Ya no soy dueña de mí,
ahora me dominan ellas con su ejército de mariposas sedientas de vitalidad.


Abandonadme antes de que cumpla la condena y quedemos atadas para siempre,
por favor.

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