La noche se tiñe de rojo.
Los ojos gritan, cansados,
que van a caer.
Quizás aún es pronto para cambiar el destino de esa boca,
pero para qué.
Ella sentía que las venas le rasgaban la piel, pidiendo clemencia y placer.
Maldita ilusa.
Buscaba una cadera a la que aferrarse deseperadamente, como si eso fuese a calmar el fuego que la consumía cada órgano.
Quién podrá detenerla.
Amanece.
Decidió mirarse a un espejo, después de horas, a sabiendas de que habría algo aún más negro que sus ojeras.
Encontró la ruina supurando por cada centímetro de su cuerpo.
Para, joder, para.
No sirvió de nada.
Ahora vive a oscuras,
donde nadie puede encontrarla.
Quizás, incluso
dentro de mí.
(Nadie quiere que vuelva, no lo intentes)
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