Llena de amuletos acabo este doce que me colorea la piel.
El frío, el mar y unos cuantos saltos mortales entre abismos de sal.
Tantos temblores en los tobillos que no sé cómo no me han abandonado las costillas por sobrestimulación.
Será que te quiero o nos quiero. Aún no sé.
Las dudas de estos meses de furia han sido causantes de mareas de lujuria y desenfreno entre los dedos.
Pero aquí me quedo.
No cambiaría nada, ni errores ni derrotas. Donde sangra, escribo.
Enero helado y hadas al borde del colapso.
Febrero de sus cicatrices y mi lengua lamiendo el veneno.
Marzo de huídas de mi ciudad.
Abril de rasguños supurantes y parques con niebla.
Mayo de despedidas infernales entre las vías de un tren.
Junio de playas amarillas llenas de ceniza y sol.
Julio creyéndome capaz de maquillar la piel de dentro.
Agosto teñido de azul y aires del sur.
Septiembre de lágrimas rasgantes por mi cabeza.
Octubre entre reencuentros y suciedad mental.
Noviembre con números impares y sumando doce más doce.
Diciembre de sirenas, con su intensidad y cambios de humor.
No sé qué me depara mañana, ni pasado ni nunca.
Puede que sea mejor, peor o increíble.
Mientras me quede voz para gemir, gritar, sentir y caer, no pasará nada.
Y si me apago,
susúrrame algo que me haga volver a temblar.
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