martes, 5 de noviembre de 2013

Un poeta cualquiera sin musa que inventar.

La forma en que la piel se eriza al escuchar 
a cualquier poeta
vomitarte cada recoveco de su alma
mientras te mira a los ojos
y tú caes en sus palabras
como si las hubieses vivido
y te sale la ruina por los ojos
pero sonríes.

Eso, también es amor.
Amor desconocido, quizás.
Amor desinteresado y oscuro,
o incluso amor fingido
(estos son los peores)

Pero sientes que te late el pecho como la primera vez que le viste sonreír
o el primer 'te quiero' que te dijo antes de volver a irse
para poder regresar al minuto y besarte una última vez.

Admito que soy cobarde y egoísta
porque no soy capaz de compartir estas letras con cualquiera que se siente debajo del escenario.
Y eso también puede ser amor,
porque si me oyeran leer sobre ti
sobre cómo te hago el amor entre tildes y espacios
o cómo vuelvo a creer en la felicidad cada vez que me coges de la mano sin avisar
puede
que ya no vuelvas a ser solo mía.
Y no veas cómo acojona pensarlo.

Pero creo que voy a jugarmela
apostar por mí
al mejor de mis dos manos
y subirme ahí arriba
arriesgando las tuyas
y escupiendo cada costura que tengo a medias.

Porque desde que no hay musa,
tampoco hay peligro de desfallecimiento en mitad de cada verso.

A veces siento pena, 
porque para mi el dolor es crecimiento,
crear
mentiras.

Vivir sin un personaje al que hacer mío en cualquier párrafo
sin más material que unos dedos que jamás le han tocado
o una boca que no es capaz de besarle.

He dejado de buscar la irrealidad de las musas
para estamparme de golpe en su esternón
y quedarme a vivir en su caja torácica. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario