martes, 8 de julio de 2014

E.

Ocurrió un sábado.
Era de noche y rezumaba alcohol de cada esquina de la ciudad.
Tenía el mundo en contra y las bragas mojadas.
Era ella, joder. Cómo no iba a correrme solo de pensar en su espalda desnuda.
Disimulé bien las ganas de meterme de lleno entre sus piernas.
La besé. 
Ella decía que no, por favor. Pero sé que quería incluso más que yo.
Hundí mis manos en su pelo y la atraje fuerte hacia mí, conteniendo las ganas de llenarle el cuello de mordiscos y gemidos.
Nos soltamos tan pronto como pudimos.
Y se corrió. Solo que no en sus bragas. Ni en mis dedos.
Fue por los ojos.

Se los besé tan fuerte como pude y, 
después de mirarla fijamente solo se me ocurrió soltar cuatro estúpidas palabras que lo cambiarían todo:

Todo saldrá bien, pequeña.


Nos fuimos de allí 
en cuerpo.
Pero nuestras almas se quedaron follando hasta el amanecer en aquella calle perdida de Madrid.

No hay comentarios:

Publicar un comentario