domingo, 17 de febrero de 2013

Huye.

Por la puerta de atrás, y no olvides tus bragas.
Que la luna hoy cuenta historias de princesas que prefieren seguir besando ranas.

Hazlo, valiente.

Creete capaz de escabullirte entre estas líneas.
Sé que no lo eres. (me callo.)

Ahora dime, reina. Ládrame un poquito al oído y cuenta a quién diriges esos silbidos a oscuras.
Y como te responde entre silencios.
Corre, háblame de ella y de cuánto te hace latir.

¿Tiemblas?

Claro, y yo me quedo aquí. Inerte, a la espera.
De ti, supongo. O ya no.
Quizás a que llegue mi momento de huir.

Maniobras de escapismo que me sacien las ansias que tú provocas.
Derrotas (a medias) en tus comisuras.

No lo ves, pero intuyes. No eres tonta.
Sientes y cierras los labios.

Ven, que esta palangana está deseando conocer tus vómitos radiactivos.
Esos que tragas y te intoxican de horas mudas y pupilas a gritos.

Estamos en quiebra, reina.
No hay nada ni nadie que pare toda esta mierda.

Nos da por fingir. A ti, sobretodo.
A mi por escribirte, en plural. 
Como si fuésemos algo más que simple pólvora con la mecha a medio quemar.

Pero todo pasa y pisa. Las mentiras pesan sobre los párpados, las corazas sobre la espalda.
La mía, la tuya.
No nuestras.

Qué será de esto.

Sigo hablando de un mar sin escamas pero con costuras abiertas. Con sal pura.
No hay sucedáneos, solo daños. 

Palabras que se clavan entre las vértebras y hacen palanca.
Cómo rompes, eh.

Acostumbradas a hacernos sufrir con miradas entre horas y rasguños entre frases.

Veo tus cartas y subo la apuesta.
Ves las mías y ríes, callas y cedes.

Caminamos igual que al principio del final. El del miércoles con frío.
Sin rumbo ni motivo.








Y un último te quiero en la salida de emergencia.









La mer et ses courants.

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