Romperme en tu hombro.
Gritarte al cuello.
Agarrarte las manos y... Huir.
Vomitando tantas palabras a la vez que me atraganto, te callas y exhalo. Otra vez.
Ha sido como renacer en aquella noche, en esa esquina y en aquella parada.
Todo, de golpe. Como un buen puñetazo en mitad de la cara.
Las costillas a medias y los pies fríos.
Tus temblores y los míos a distancia. Sin seguridad.
Cómo cambian las cosas en 24 horas, reina.
Pero, y qué.
Me calma saber que, a pesar de todo, vas a estar. Creo.
Quiero agarrarme a esa última cuerda de tu espalda.
Concédeme un día para cambiar papeles y saber qué se esconde detrás de esa coraza oxidada.
Por favor.
Y ya, lo demás ahora mismo está en segundo plano.
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